Mensaje de la Virgen Inmaculada de la Medalla Milagrosa
La mensajera escogida por María
Catalina Labouré, joven campesina, entra en el noviciado de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, en París, calle del Bac, el 30 de abril de 1830. Tiene 24 años y va a prepararse, mediante una vida de oración, para el servicio de los miembros sufrientes de Cristo: Los pobres. Profesa un gran amor a María, a quien tomó por Madre al morir su mamá cuando ella tenía nueve años.
En mensaje de la Inmaculada Virgen de la Medalla Milagrosa
Primera aparición
Catalina, encargada de una misión
La noche del 18 de julio de 1830, la Virgen Santísima se dirige a Sor Catalina:
«Dios quiere encargarte una misión»
Dios necesita a Catalina para que proclame al mundo Su Amor. María conversa con Catalina y le dice: quiero que se funde una asociación de María, a quienes concederé abundantes gracias. El mes de María se celebrará con gran solemnidad en todas partes. Esta primera aparición de la Santísima Virgen fue de carácter más íntimo y particular. Diálogo que se prolonga por casi tres horas en las que María le habla de su comunidad, de la nación, de la Iglesia y del mundo.
Segunda aparición
La tierra iluminada por el Amor
Durante la oración de la tarde, María, radiante de luz, se presenta ante Catalina. En pie sobre el globo de la Tierra, sostiene entre sus manos una esfera pequeña coronada por una cruz. María viene a mostrar la Tierra iluminada por la presencia de Dios.
Es la Tierra nueva, el Reino del Amor. María muestra a Catalina que el Amor es posible, a condición de que se le acoja cada día.
En esta segunda aparición, María le mostró el modelo de la Medalla a Catalina y le pidió que la mandara acuñar:
«Haz que se acuñe una Medalla según este modelo. Las personas que la lleven llenas de confianza gozarán de una protección especial de la Madre de Dios»
Catalina fue a comunicar esta petición a su confesor, que, de momento, pareció no darle la menor importancia. Pero ante la insistencia de Sor Catalina el Padre Aladel sometió el caso al Arzobispo de París, quien concedió su autorización diciendo:
«Que se difunda esa medalla y se conocerá el árbol por sus frutos»
El 30 de Julio de 1832, salieron a la luz las primeras medallas y empezaron a distribuirse a todos: enfermos, personas afligidas… Los beneficios obtenidos fueron numerosos: conversiones, curaciones, etc., a la Medalla de María Inmaculada se comenzó muy pronto a llamarla la:
Medalla Milagrosa
Y, desde entonces, ese nombre ha permanecido hasta hoy. La medalla sigue difundiéndose por todas partes. Llevarla es proclamar que se confía en María, con la certeza de que Ella intercede por nosotros y nos lleva siempre hacia su Hijos Jesús.
Se forma un círculo en torno a la aparición y puede leerse este mensaje:
«¡Oh María, sin pecado concebida! Ruega por nosotros que recurrimos a ti»
Aquí, María revela su Inmaculada Concepción, dogma que será proclamado en Roma en 1854 y que María confirmará en Lourdes el 25 de marzo de 1858.
El reverso de la medalla
Los dos corazones unidos, el de Jesús coronado de espinas; el de María traspasado por una espada, nos muestran que el Amor auténtico llega hasta la entrega total por el bien del otro. Ellos nos aman con un amor que les llevó a la entrega total de su vida por nosotros.
La letra M coronada con la Cruz, nos repite que María acompaña a su Hijo hasta su Pasión y se encuentra íntimamente asociada a ese misterio de Amor. Hoy, María nos invita a que amemos profundamente a Jesús, a que llevemos su mensaje de salvación a toda la humanidad.
Las doce estrellas
María Madre de la Iglesia, « Estrella de la evangelización », nos reúne, como a los Apóstoles en el cenáculo. Nos recuerda que dar testimonio de Jesucristo es ponerse, por amor, al servicio de los demás.
Los rayos
Unos rayos luminosos se desprenden de las manos de María… Esos rayos iluminan el globo de la Tierra sobre el que está María en pie. El globo significa nuestro mundo de hoy: desgarrado por la miseria, la violencia, el egoísmo; pero mundo también al que Cristo ha liberado.
María, nuestra Madre, se muestra atenta a nuestras súplicas. Para Ella es un gozo derramar las gracias de Dios sobre cada uno de nosotros. Estas fueron sus palabras:
«Estos rayos son el símbolo de las gracias que derramo sobre todas las personas que me las piden con confianza.»
«Tened confianza. Venir al pie de este altar»
Con esta invitación, María indica a Catalina cuál es la fuente de esa confianza: Acercarse al pie del altar, es responder al deseo de la Iglesia que reúne, en torno a Cristo, a sus hijos, de todas las naciones, para recordarles el Evangelio y sus exigencias.